Todo empezó cuando mi mujer leyó en la prensa que existen empresas de coartadas para sus clientes, casi siempre aventureros del amor. En sus plantillas cuentan con guionistas, actores e imitadores de voces capaces de montarte una película de Hollywood. El negocio funciona más o menos así. Supongamos que te sale un lío para el fin de semana. Entonces alguien llama a tu casa, descuelga tu mujer y una voz clavada a la de Pedro Sánchez pregunta por ti. Como tú no estás, el falso Pedro Sánchez dice a tu señora que necesita hablar contigo el próximo sábado y que lleve una maleta porque seguramente tendré que dormir en La Moncloa. La discreción ha de ser absoluta, advierte el hombre que hace de Sánchez. Al regresar a casa el domingo por la noche, dirás a tu esposa que el Presidente te ha ofrecido la Subsecretaría de Justicia, pero que tú la has rechazado porque no quieres robarle más tiempo a la familia. Prueba superada con nota.
El caso es que, hace unos días, nos llamaron al teléfono, descolgó mi mujer y una voz bien conocida dijo:
—Buenos días, señora, soy Miquel Iceta, ministro de Cultura. Quería hablar con su marido.
Lógicamente, la sangre de mi mujer entró en ebullición. Aun así, bastante contenida, supo responder:
—Mi marido no puede ponerse en este momento porque está viendo una película porno en el ordenador.
—¡Caramba! —carraspeó Iceta—. Ocurre que lo llamo porque en el ministerio queremos ofrecerle el premio Cervantes.
Ahí sí, mi mujer estalló:
—¡El premio Cervantes! ¡Vaya rostro que le echáis! ¡Hay que tenerlos cuadrados!
—Oiga, por Dios, mire que, si no acepta, tendremos que dárselo a José María Merino.
—¡Brillante elección, sí señor! —respondió mi mujer—. ¿Quién les sopló el nombre? Porque de una pandilla como la de ustedes no pudo haber salido…
Y, a continuación, lanzó el auricular contra la pared.
Así fue como me quedé (por el momento) sin mi esposa, que se fue a vivir con una amiga de la infancia, y sin el premio Cervantes. Sé que es difícil de creer, pero no sé contarlo de otra manera.
Sin embargo, no todo han sido pérdidas. Me he hecho muy amigo de José María Merino, que me llama todas las mañanas para invitarme a un café. Al parecer, se siente en deuda conmigo.