Hace un año, un amigo abrió una librería y, para celebrarlo, me pidió que le dedicara una tarde para una firma de libros. Le respondí que sí, naturalmente, y me planté en el establecimiento en la cita convenida.

Al cabo de tres horas, había firmado dos ejemplares: uno para mi hermana y otro para un colega que me recordó que, la semana siguiente, saldría su nuevo poemario. Capté el mensaje y le prometí que asistiría a la presentación. Magra cosecha, pensé, y, justo entonces, vino hacia mí una mujer joven y muy atractiva, de escote generoso que aún lo fue más cuando se inclinó hacia delante para decirme en un susurro:

—Soy una apasionada de tu obra, y tengo unas ganas enormes de leer tu última novela. Es una pena que haya salido de casa sin dinero. Si no, me la llevaría ahora mismo.

Entre halagado y confundido, pensé que no podía dejar pasar aquella oportunidad de fidelizar a una lectora de ese rango, así que le extendí uno de los ejemplares que tenía sobre la mesa, en un rimero que no acababa de bajar.

—Toma, es un regalo.

La muchacha alzó las cejas y sonrió abiertamente al tiempo que se hacía con el libro y lo abarcaba con sus brazos.

—¡Oh, eres muy generoso! ¡Muchísimas gracias!

—¿Cómo te llamas? —pregunté, alargando mi mano izquierda hacia ella.

Entonces, la sonrisa de la mujer mudó en una mueca agria, como de espanto. Dijo:

—Oye, supongo que no pretendes ligar conmigo…

Confuso, tartamudeé la respuesta:

—¡Por Dios, no! Lo pregunto para escribirte una dedicatoria.

Pero la joven ya se había embalado:

—¡Dedicatoria, dices! ¡Qué jeta!

Y, sin más, giró sobre sí para emprender el camino de salida; eso sí, con el libro abrazado contra el pecho.

Poco después se acercó mi amigo, el librero

—¿Qué le hiciste a esa chica? ¡Menudo cabreo tenía!

Le expliqué lo sucedido.

—No le des más importancia —añadí—. Ese ejemplar lo pago yo.

—El caso es que cambió tu novela por un libro de recetas de cocina —suspiró con tristeza.

Meses después, mi amigo cambió el giro del negocio. Ahora es un gastrobar. Le va de cine (o de novela). Le sugerí que, de vez en cuando, podíamos organizar una velada literaria. Aún no me contestó, ni creo que lo haga. Hay iniciativas que solo sirven para disgustos.