Escritor

Fotografía Luz Sol ©

«Un día descubrí que solo existen las cosas que tienen nombre.
Luego supe de palabras ordenadas. Desde entonces, mi mundo no ha
dejado de crecer con la luz reveladora del lenguaje.»

Me llamo Manuel García Rubio. Soy escritor. También soy abogado, profesión que me ha dado, igualmente, experiencia vital y muchas satisfacciones. En ambas facetas, el lenguaje es mi instrumento de trabajo.

Para mí, escribir es la manera más precisa de fundar, fijar y modelar mi visión del mundo, de iluminarla con la luz de los hechos, de la Historia y de las palabras de otras mentes que, antes que la mía, se propusieron honradamente lo mismo.

Escribo, pues, para aprender. Y, aprendiendo, escribo para ser yo mismo, aun con la certeza de que nunca lo seré enteramente. Ante todo, soy memoria y vivo con los recuerdos, con los míos y con los de quienes nos han precedido en este viaje sin un destino exacto al que, con todo, tenemos que darle sentido. También vivo con los recuerdos de quienes me acompañan en el trayecto: mi familia, mis amigos, los demás, todos los demás, sin excepción. En esto, como en tantas otras cosas, soy afortunado. Desde mi nacimiento me he sentido rodeado de personas que me han querido y que me quieren, por supuesto en libertad. Pienso ahora en Covadonga, en la energía de su inteligencia y de su amor. También a ella le debo la necesidad de escribir, acaso porque sin ella mi vida no tendría una explicación aceptable.

 

 

«Escribo para ser yo mismo»

Manuel García Rubio

No concibo mi escritura sin un plan…

Mi Blog

…sin un orden, sin una poética. Al margen de la calidad de mis obras, que cada uno de mis lectores, habituales o esporádicos, valorará según su criterio, nada hay de casualidad en lo que escribo, en una especie de entrevista al presente y al pasado, como es obvio llena de preguntas necesarias y de respuestas incompletas.

De todo esto, y de algo más, iré dando cuenta en mi blog.

Algo sobre mí

Nací en Montevideo en 1956. Soy hijo de exiliados republicanos que, a finales de los años 40, lograron huir de España en circunstancias azarosas, cada uno por su lado. Residieron en Francia y en Bolivia, hasta que recalaron en Uruguay, donde nacieron sus tres hijos. En 1966, acorralados por la amenaza de otra dictadura monstruosa, pudieron regresar a su patria y rehicieron sus vidas, no sin graves dificultades, fortalecidos por el orgullo de haber luchado hasta donde se pudo, sin tregua.

Hay en estas vicisitudes de mis padres consecuencias que conformaron mi personalidad de una manera casi determinante. La más importante, quizá, tiene que ver con mi carácter curioso y crítico, siempre necesitado de una explicación que no se conforme con el hecho de ser aceptada por una simple mayoría. Tuve la suerte de vivir los primeros años de mi existencia con las comodidades propias de una familia emprendedora, en un Uruguay democrático, próspero, abierto y creativo que hacía de la escuela pública la base de su contrato social; una escuela, por demás, arraigada en los principios de la universalidad, la gratuidad y el más riguroso de los laicismos.

Luego, con apenas diez años, al llegar a España, sufrí una brusca inmersión en la realidad nefasta de la dictadura franquista, ultracatólica, reaccionaria, desconfiada y miedosa. Para regularizar mi situación académica, tuve que estudiar en poco más de un año disciplinas radicalmente ajenas al mundo del que procedía: además de la geografía de España, la religión y la historia de los vencedores, rematadas por una denominada Formación del Espíritu Nacional que, más bien, constituía un memorial de rencores.

Aunque no era más que un niño que carecía de recursos intelectuales para entender lo que ocurría a mi alrededor, viví el trance con desasosiego al sentir que algo, supongo que la alegría sin deudas propia de una infancia sana, estaba siéndome sustituido por un fardo de doctrinas odiosas, según las cuales yo venía del pecado y del error.

No tuve más remedio que dudar de la autoridad que se me imponía. Intenté saber, comprender, intuir, adivinar, y de esa ambición surgió mi afán por los libros, amorosamente cultivado por mis padres.