Hace unos meses me operaron a corazón abierto. Cuando salí de los efectos de la anestesia, el cirujano me explicó que la intervención había salido “bastante” bien. Tan grandes eran mis ganas de vivir que no quise darle mayor importancia al adjetivo “bastante”, que al galeno se le habría escapado sin asomo alguno de reserva mental.
Semanas después, viendo la televisión, me encontré con que el cirujano participaba en un episodio de “First dates”. Lo pillé justo en el momento en el que le confesaba a su compañera de mesa que a él le encantaba pasar las tardes en casa, viendo el programa de Ana Rosa de arriba abajo. No sé por qué, comencé a sudar en frío. Me busqué el pulso en la muñeca y no lo encontré. Corrí a Urgencias y allí me dijeron que no me preocupara, que aquello había sido un ataque de ansiedad y que, con todo, yo me encontraba “bastante” bien.
Desde entonces sigo convencido de que mi corazón está parado y que aún respiro por una extraña inercia vital que cualquier día se desinfla y me deja seco. Un amigo me recomendó que visitara a un psiquiatra. Así lo hice, pero en el vestíbulo de la clínica descubrí a Carlos Sobera aguardando su turno. Escapé despavorido.
Ahora cuento las horas una por una mientras celebro el prodigio de estar vivo. De la especie humana solo añadiré que la encuentro “bastante” bien, teniendo en cuenta cómo pinta el algoritmo.