Hace un año me llamó por teléfono el director de una importante editorial para ofrecerme el premio que habían convocado recientemente. Yo, entre halagado y perplejo, respondí al tuntún:
—No sabía que en España se hacían estas mafiadas.
El hombre soltó una breve carcajada antes de decir:
—Te sorprendería conocer lo que en España puede hacerse por treinta de los grandes.
Me convenció.
Felizmente, acababa de terminar una novela de la que me sentía muy satisfecho.
—Está muy bien escrita, pero es demasiado literaria —objetó el editor al cabo de dos semanas—. Nosotros vamos a por un “target” más amplio y “transversal”.
Lo de “target” y “transversal” me preocupó, lo confieso.
Pocos días después se puso en contacto conmigo un asesor de la editorial para darme instrucciones sobre cómo aligerar el texto. (La palabra “aligerar” tampoco me dejó tranquilo).
—Debes prescindir de las oraciones subordinadas —explicó—. Además, quita las referencias literarias, los elementos reflexivos y las descripciones de los escenarios. Tampoco entres en matices sobre el contexto histórico, ni mucho menos se te ocurra poner al narrador a soltar consideraciones éticas o ideológicas.
Así lo hice, dócilmente, todo fuera por los treinta de los grandes que me habían prometido. Recibí una nueva llamada del asesor:
—La cosa mejoró —sí, dijo “la cosa” —, pero se me había olvidado comentar que sobran las escenas de sexo y de violencia explícita; también, sería bueno que suprimieras los personajes de actitud rebelde, porque suelen ser rechazados por el lector medio. No sé si me explico.
Se explicaba con absoluta transparencia. Seguí sus consejos y le devolví un texto extremadamente sencillo, apto para todos los públicos. Consistía en una sola palabra, que además daría título a la novela: “Terrible”. Más comercial, imposible. Fue entonces cuando el director de la editorial en persona decidió retomar el contacto:
—Buenos días, Manuel. Mira, que no te parezca mal, pero este año no podremos darte el premio. La historia te quedó demasiado truculenta. En fin, a ver si en la convocatoria que viene…
Ahí me dejó, con los puntos suspensivos.
Al final, ganó el premio el presentador de un programa exitoso de televisión. Su novela era, como la mía, de una sola palabra: “Maravilloso”. Fue un “best seller”.
Me sentí utilizado, por supuesto. Me quedó claro que buscaban exactamente lo contrario de lo que yo, escritor de minorías, podía ofrecerles. Pero tuve que aceptar la derrota pensando en el año que viene: cosas de la vida (literaria).