Ya escribí aquí que, desde hace unos años, recibo regularmente peticiones de amistad de muchachas jóvenes, de belleza neumática y con nombres exóticos, tipo Chevroleta, Dayana o Alka Selser. Al principio las aceptaba todas (cortesía obliga) pero, de inmediato, me respondían con proposiciones de sexo gratis que, consciente de mis limitaciones, no contesté.
Tal vez por eso, durante un tiempo dejó de llegarme ese tipo de solicitudes, pero, a cambio, se sucedieron las de mujeres de mediana edad, de físico y nombres corrientes y molientes. También acepté esas amistades y, con ellas, me bombardearon con ofrecimientos de préstamos de hasta 15.000 dólares a interés muy bajo, o, en otros casos, oportunidades de convertirme en albacea de herencias millonarias en países del Tercer Mundo. Por supuesto, me mantuve en el mutismo más absoluto.
Últimamente han vuelto las chicas del primer perfil, esta vez jugándose la apuesta con minifaldas inverosímiles y escotes de vértigo. La mayoría son de Hong Kong. De momento, he decidido rechazarlas de plano, sin más miramientos (es un decir), pero un amigo experto en Inteligencia Artificial me ha advertido que, si despisto en exceso al algoritmo, es posible que el sistema me encasille en el marco de los “tipos inadaptados”, “raros” o “problemáticos”, lo que podría darme problemas a la hora de pedir un crédito al banco o de contratar un seguro de vida, por ejemplo.
—¿Y si cierro mi perfil en Facebook? —pregunté para asesorarme.
—Entonces serán los chinos de TikTok los que vayan a por ti.
No quiero ni imaginarlo. Esto es un horror.