En una ocasión, mi imprescindible amigo Pepe Colubi me explicó que, para cocer una rana, es necesario que el agua de la olla esté fría y que el proceso de calentamiento sea lento. De esta forma, el bicho irá acomodándose a la situación hasta su muerte (como se ve, de la forma más boba posible). Arrojar una rana en agua muy caliente o hirviendo hará que ésta advierta nuestras intenciones y salga huyendo por zancas.

Cuando nací, la temperatura ambiente era amable tirando a fresca. Desde entonces, ha ido aumentando con parsimonia. Hoy ya se pasa de templada, pero nosotros seguimos a lo nuestro, tan a gusto, mecidos por una agradable sensación de bienestar que pide a gritos unas cervecitas y entretenidos con relatos que parecen importantes, como esos del derecho a la autodeterminación, la vulnerable unidad de España, las culturas identitarias y cosas de ese jaez, con las que creemos participar en la conducción del vehículo. Pero, ¿a qué se dedican, mientras tanto, los que tienen la sartén por el mango, o la olla por las asas? Acaba de desvelarlo un intelectual de la talla de Douglas Rushkoff en su libro “La supervivencia de los más ricos”, después de entrevistarse con varios multimillonarios de los que se salen de la tabla. Resumido en lenguaje de la calle, los supermagnates están a lo suyo, sabedores de que ya no hay quien pueda parar la catástrofe, de que el planeta se va al carajo y de que ya no merece la pena perder el tiempo en protocolos de Kyoto o de París, ni en ayudas al desarrollo (¡al contrario!), ni en soberanía para los pobres, ni en otras chorradas por el estilo. Y es que, a la vuelta de la esquina, no habrá espacio para todos, de modo que cada cual habrá de buscarse la vida. En esto, los dueños del mando a distancia nos llevan años de ventaja (fabricación de búnkeres, promoción de viajes espaciales, compra de territorios ubicados en zonas templadas) y eso se nota en detalles tan simples como el del auge del egoísmo en los países económicamente más desarrollados, al grito de “nosotros llegamos primero”.

En mi última novela, “Gran Bar Distopía”, uno de los personajes asegura haberse hecho con las actas secretas del Club de Bilderberg. El próximo día colgaré un extracto, el que tiene más miga (porque de migas habremos de alimentarnos).