El último número de la revista “Claves de Razón Práctica” está centrado en la banalidad como pecado contemporáneo. En su “Carta del Director”, Fernando Savater dice que “la superficialidad y la improvisación caprichosa, autoindulgente, parecen ser la ideología predominante”. Después de haber leído los artículos de la revista dedicados al asunto, me he acordado de uno de los diálogos entre Urbano Expósito y Julián Avellaneda, personajes de mi novela “Sal”. Hablan sobre Ánsel, hermano de Urbano, un joven despreocupado y solo atento a las múltiples distracciones con las que la sociedad de consumo nos bombardea sin piedad. Lo reproduzco a continuación. (El narrador es Urbano).
JULIÁN AVELLANEDA
Bueno, Ánsel no es un héroe, desde luego. Pero a mí, en ese sentido, me da igual lo que haga con su vida, porque, como ya le dije en alguna otra ocasión, esto está a punto de explotar y su hermano no podrá hacer nada para impedirlo. Ahora le cito a Tocqueville: el soberano sólo pretende fijar a los súbditos en la infancia. Se trata de degradar a los hombres, pero sin hacerlos sufrir, antes al contrario. Por eso a mí sólo me importa que Ánsel sea un buen chico, y poco más. Lo peor no es eso.
URBANO
¡Ah, no! ¿Hay algo peor?
JULIÁN AVELLANEDA
¡Claro que hay algo peor! Lo peor es que Ánsel pueda permitirse esa vida errante, como tantos otros. ¡Eso es lo realmente grave! Esta sociedad ha conseguido que ya no exista una ligazón necesaria entre esfuerzo y supervivencia. Hoy, cualquiera puede morirse de viejo sin haber echado un palo al agua.
URBANO
Bueno, eso no sería injusto si estuviera al alcance de todos.
JULIÁN AVELLANEDA
(alzando el dedo índice hacia el cielo)
¡Al contrario, Urbano, al contrario! Mientras esa posibilidad sólo existió para unas pocas personas, para gente de cierta estirpe, como es mi caso, no hubo peligro alguno. La situación estuvo bajo control. Ahora, sin embargo, empieza a ser distinto, con una clase media demasiado amplia… ¡et sine nobilitate! Y el día en que esté al alcance de todos, ¡ah, Urbano, ese día será el principio del fin! De hecho, no estamos muy lejos de la catástrofe. Y las catástrofes no tienen nada que ver con la justicia, por cierto; carecen de orden moral, acontecen o no, y punto.
URBANO
No entiendo.
JULIÁN AVELLANEDA
Piénselo bien: cuando la inteligencia no nos resulta necesaria para satisfacer nuestros apetitos, entonces se vuelve superflua, pero, lejos de bloquearla, la dejamos trabajar por puro juego, por placer, y se mueve en el aire, como el eje de un motor que girara desembragado. No se lo digo yo, se lo dice Sigmund Freud, nada menos. Por eso mismo, si olvidamos la noción del valor de las cosas, el esfuerzo que exige el tenerlas, nuestra mente quedará abandonada al capricho de sus ocurrencias, incluso de las más dañinas. ¡Y el abismo es muy atrayente para la inteligencia humana, mi querido amigo, que gusta de medirse en sus límites para hallarse en paz consigo misma!
URBANO
Ya, cuando el diablo no sabe qué hacer, mata las moscas con el rabo.
JULIÁN AVELLANEDA
¡Exacto! Eso es lo que nos está pasando, precisamente: que aplicamos los mayores recursos de nuestra inteligencia práctica a transformar la necesidad en juego; no a resolver problemas cotidianos, que ya nos vienen resueltos, sino a convertir los habituales en fuente de entretenimiento. Al final, se confunden las intenciones, que acaban por diluirse en un generalizado sentimiento de frustración. Piense en esos amigos que se emplazan para cenar, o para beber, pero no porque tengan hambre o sed, sino porque se aburren. Comerán como mastodontes, beberán como cosacos, y la culpa de la mala digestión y de la noche en vela la pagará la pesadez de los conocidos con los que compartió mesa, mantel y atmósfera llena de humo. De ahí a la creencia de que la vida ha de ser divertida o no merece la pena ser vivida no hay más que un paso, que Ánsel ha dado, como tantos otros. Entonces, ¡no pida usted milagros, caramba!
Mientras escuchaba a Avellaneda, recordé lo que Orson Welles le dice a Rita Hayworth en La dama de Shangai:
MICHAEL O’HARA
¡Incluso sin apetito aprendí que es increíble lo que un idiota como yo puede tragar!