Durante estos últimos días he dedicado parte de mi tiempo a ver el programa “Corazón”, de La 1 de TVE, presentado por Anne Igartiburu. Como todo el mundo sabe (lo quiera o no, lo sabe), se trata de una revista del mundo rosa en la que los protagonistas son unos cuantos famosos que, con regularidad sospechosa, nos exponen parte de sus historias personales: amor y trabajo; amistades y desencuentros; bodas, nacimientos y divorcios; esperanzas y decepciones. Las mujeres comparten cartelera con actores y empresarios (los toreros cotizan a la baja porque son muy dados a poner los cuernos); los hombres ligan siempre con chicas propensas a lucir bikini. Normalmente van con mucha prisa, camino del aeropuerto o de una fiesta organizada por algún otro famoso. Igualmente, es habitual que posen a cámara ante rótulos de productos y empresas que patrocinan el evento al que acuden, entusiastas o sumisos. Cuando quieren, callan; también cuando quieren, hablan. El comentario del reportero siempre es amable con el personaje. A lo sumo, el audio se muestra neutral cuando se refiere a los problemas fiscales o penales del interpelado (por cierto, bastante frecuentes), como si una acusación de fraude o de desfalco tuviera la naturaleza de un fenómeno meteorológico. El pobre Borja Thyssen, por ejemplo, tuvo que trasladar su residencia a Andorra debido a las diferencias de criterio que mantiene con las autoridades de Hacienda. Menos mal que las buenas noticias abundan: una exalcaldesa de Marbella había podido, por fin, salir de la cárcel.

Me asaltan algunas dudas. Las empresas cuyos logos aparecen estampados en las photocall, ¿pagan un precio a TVE, en cuanto anuncios que son? ¿O les sale gratis tanta publicidad? ¿Pagan algo los famosos, cuyo caché se revaloriza cada vez que se habla de ellos? O, dicho de otra forma, ¿cobra alguien, para TVE o para sí mismo, por facilitar tantos minutos de audiencia? Por otra parte, ¿quién redacta los textos de los numerosos publirreportajes personales y empresariales que nos venden subliminalmente perfumes, baldosas, cazadoras y bisutería de toda laya? ¿Cobra alguien también por hacer esto? Pero, para mí, la pregunta más importante es la siguiente: ¿quién es el responsable de que parte de dinero público se dedique a este tipo de programas? ¿Es que no existen otras prioridades?